LIBROS PARA 4to. PRIMARIA


los dragones
1.  LOS DRAGONES EN LA HISTORIA
Ayer leímos sobre el águila arpía, que está en peligro de desaparecer. Hoy vamos a leer sobre otros animales, que nunca, nunca podrán desaparecer.
Cuando piensas en un dragón, ¿qué te imaginas? Tal vez una piel verde, cubierta de escamas, unas patas rematadas en garras y unas alas de murciélago. Quizás también pienses en una pequeña cabeza de aspecto malvado colocada al final de un cuello largo y retorcido. ¡Y no hablemos de su ardiente aliento, que puede convertirte en una rebanada de pan tostado si te acercas! Ésa es una de las clases de dragones que hay pero, créeme, los dragones también pueden ser amables. Por eso tienen tanto poder las varitas mágicas y las pociones hechas con fibras de corazón de dragón.
Los dragones se diferencian mucho entre sí según el lugar del que procedan. Los dragones asiáticos, por ejemplo, no tienen alas ni echan fuego por la boca, y dan la sensación de estar hechos con partes de animales diferentes: tienen cuerpo de serpiente cubierto de escamas de pescado, cabeza de camello, bigotes de bagre, cuernos de ciervo y ¡melena! Además, son corteses e inteligentes, protegen los ríos y traen buena suerte. Recuerdo haber conocido a Chieng-Tang, el dragón de los ríos, en China. Medía nada menos que 270 metros, y era de piel rojiza.
En la antigua China sólo el emperador podía llevar en sus túnicas un dragón con patas terminadas en cinco dedos.
¡Cuántas veces me habrán contado la historia de Sigfrido y el dragón Fafnir mis amigos vikingos! Sigfrido era un guerrero apuesto y valiente, pero... no muy espabilado. Un enano malvado lo convenció de que atacara a Fafnir, un dragón que tenía una piel tan dura que ninguna espada podía atravesarla. Casualmente, el padre del enano poseía enormes montones de oro y joyas custodiadas por Fafnir. Pero el perverso enano guardaba otro gran secreto: en realidad él y Fafnir eran hermanos. Fafnir había matado a su padre y a continuación se había convertido en dragón para custodiar el tesoro. El enano reconstruyó la espada de Sigfrido, haciéndola mucho más poderosa que nunca (porque los enanos son los mejores herreros del mundo). Un buen día Sigfrido y el enano se ocultaron por las inmediaciones de la cueva del dragón. En cuanto Fafnir salió a tomar el fresco, Sigfrido le clavó la espada en la panza y lo mató.
El héroe sacó el corazón del dragón y lo puso a asar en unas brasas, pero se quemó los dedos.
¿Por qué dije que los dragones no podrán desaparecer nunca?

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Janice Eaton Kilby, “Los dragones en la historia” en El libro de juegos del aprendiz de mago. México, SEP-Océano, 2003.



monedas
2.  MONEDAS DE ORO
Dos compadres habían ido a trabajar y se hizo de noche. Iban caminando por el monte y uno le dijo al otro:
–Mira, compadre, esa lumbrita que se ve allá ha de ser dinero.
–¡Qué dinero ni qué nada! Ya estás borracho compadre.
–Tú ven y verás.
Se pusieron a escarbar donde se vio la llamarada. Como a medio metro se toparon con una olla.
–¿No que no, compadre?
–Ahora veremos qué tiene.
El compadre que no creía metió la mano por la boca de la olla. Más tardó en meterla que en sacarla, porque estaba llena de estiércol.
–Es que usted no cree en esto, compadre –le dijo el otro–. Y a lo mejor ese dinero estaba destinado a mí.
Cada quien se fue para su casa. El compadre incrédulo se quedó pensando en lo que había pasado. “Mi compadre se cree todo lo que le dicen –pensó–. Ahora voy a darle una lección para que se le quite lo creído.”
El compadre incrédulo regresó a donde habían escarbado. Ahí estaba la olla llena de estiércol. El hombre la agarró y se fue a la casa de su compadre. Se trepó al techo e hizo un hoyo en su tejado, justo encima de donde estaba la cama de su compadre. Por ahí echó todo el estiércol que había en la olla.
Al otro día, cuando despertó, el compadre creído sintió muy rara la cama.
–Ay, vieja– dijo–, ¿por qué están tan pesadas estas cobijas?
Entonces que alza la cara y va viendo que las cobijas estaban llenas de dinero. Eran puras monedas de oro, de esas de las que había antes.

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“Monedas de oro” en Luis de la Peña (comp.), ¿No será puro cuento...? México, SEP-CONAFE, 2002.



azul cielo
3.  AZUL CIELO
Pongan mucha atención. Van a descubrir algo en verdad fascinante: en la Tierra el cielo se ve azul, en la Luna se ve negro, en Marte se ve rojo... ¿Por qué? La respuesta está en esta lectura. Si ustedes se fijan, van a asombrar a sus padres y amigos.
Todos sabemos que desde la Tierra el cielo se ve azul. Pero en la Luna se ve negro y en Marte se ve rojo. ¿Por qué? Hace aproximadamente 300 años, el físico inglés Isaac Newton hizo un descubrimiento asombroso. Newton observó que cuando la luz del Sol pasaba a través de un prisma de vidrio, salía luz de todos colores. Esto lo hizo descubrir que la luz del Sol es una mezcla de rayos de luz de todos colores, aunque la veamos blanca.
Cuando un haz de luz atraviesa un medio cualquiera, los rayos luminosos chocan contra las partículas del medio. Pero resulta que los rayos rojos, anaranjados y amarillos sólo chocan con partículas relativamente grandes. A las partículas pequeñas ¡ni las ven! En cambio los rayos verdes y azules chocan con partículas de cualquier tamaño.
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el color del cielo? En la Tierra, la atmósfera está formada sólo por partículas muy pequeñas llamadas moléculas. Cuando la luz del Sol
la atraviesa, los rayos rojos, anaranjados y amarillos no sufren choques. En cambio, los rayos azules chocan con las moléculas y se dispersan, esto es, son enviados en todas direcciones al chocar con ellas. Por eso nos parece que el cielo es azul, pero lo que estamos viendo es tan sólo la luz azul del Sol, distribuida por toda la atmósfera.
¿Qué pasa en la Luna? Allí no hay atmósfera, no hay partículas, así que la luz no choca contra nada y no se dispersa en todas direcciones. La luz del Sol no ilumina todo el cielo. Por eso ahí el cielo se ve negro y las estrellas son visibles de día y de noche.
En Marte, el suelo está cubierto por un polvo muy fino de color rojo. Con mucha frecuencia hay vientos muy fuertes que levantan el polvo y lo dejan suspendido en la atmósfera. Por eso, desde Marte el cielo se ve rojo.
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Miguel Ángel Herrera y Julieta Fierro, “Azul cielo” en La Tierra. México, SEP-SITESA, 1991.



el oso que no lo era
4.  EL OSO QUE NO LO ERA
Érase una vez –para ser precisos, un martes– un oso que estaba parado en el lindero de un gran bosque mirando hacia el cielo. Allá, muy alto, vio una bandada de gansos salvajes que volaban hacia el sur.
Se volvió y miró los árboles. Todas sus hojas se habían vuelto amarillas y cafés y caían de las ramas una a una.
Sabía que cuando los gansos volaban hacia el sur, cuando las hojas caían de los árboles, el invierno no tardaba en llegar. Pronto la nieve cubriría el bosque y ya era hora de buscar una cueva para invernar.
Y eso fue, precisamente, lo que hizo.
Poco tiempo después –para ser precisos, un miércoles– llegaron unos hombres... muchos hombres que traían planos, mapas e instrumentos de medición.
Trazaron, proyectaron, midieron de un lado a otro.
A continuación llegaron más hombres con excavadoras, sierras y tractores. Excavaron, serraron, apisonaron y lo arrasaron todo. Trabajaron, trabajaron y trabajaron hasta construir una gran, inmensa, colosal fábrica justo encima de la cueva donde dormía el oso.
La fábrica funcionó durante el largo y frío invierno. Y entonces volvió la primavera.
Allá, muy hondo, debajo de la fábrica, el oso se despertó. Parpadeó y bostezó.
Aún medio dormido, se puso de pie y miró a su alrededor. Estaba muy oscuro. Apenas sí podía ver.
A lo lejos vio una luz. “¡Ah!– se dijo–, allí debe estar la entrada de la cueva.”
Subió las escaleras y salió fuera, donde brillaba un sol primaveral. Tenía los ojos medio abiertos y seguía con sueño.
Pero poco tiempo iba a estar con los ojos a medio abrir. De repente… ¡Pafff!... se le abrieron de par en par. Miró lo que tenía delante.
¿Dónde estaba el bosque?
¿Dónde estaba la hierba?
¿Dónde estaban los árboles?
¿Dónde estaban las flores?
¿Dónde estaba?
Todo le parecía raro. No sabía dónde estaba.
Pero nosotros sí, ¿no es verdad? Sabemos que está justo en medio de una fábrica que está trabajando.
“Seguro que estoy soñando –se dijo–. Claro que si. Eso es –y volvió a cerrar los ojos. Muy despacito los abrió otra vez y miró a su alrededor. Ahí seguían los inmensos edificios.
No, no era un sueño. Era todo de verdad.
En ese mismo instante salió un hombre por una puerta.
–¡Eh, tú, ponte a trabajar! –le gritó–. Soy el capataz y como no me hagas caso te voy a denunciar.
–Yo no trabajo aquí –dijo el oso–. Yo soy un oso.
¡Fantástico! El pobre oso convertido en obrero. Tengo que leer el libro completo, para saber qué más le pasó.

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Frank Tashlin, El oso que no lo era. México, SEP-Altea, 1987.


El mundo de Mariana, lectura del rincon de lecturas de sallita para cuarto grado de primaria
5.  EL MUNDO DE MARIANA

Fíjense en estas palabras, porque van a aparecer en la lectura de hoy: una boya es una esfera de cristal que flota en el mar para sostener unas redes o para avisar que ahí es demasiado hondo; un torno es una máquina que da vueltas y que se usa en los talleres para fabricar ciertas piezas. ¿Y un merolico? ¿Quién sabe lo que es un merolico? Cintilando quiere decir parpadeando. La maestra de Mariana es severa, muy seria, como a veces somos las maestras. Fíjense también en que a veces habla Mariana, y a veces hablan otras personas.
Imagínense si me pusiera a pintar esos cuadros locos que hay en el museo. Además, esa es la gran discusión: mis dibujos y la opinión de mis compañeros. Se ríen de la luna que dibujo: les parece inmensa. Pero así de enorme la veo yo, sin sombras en forma de conejo ni cráteres: ellos dicen que ven la luna del tamaño de un plato. Mi luna parece una enorme boya iluminada. Bueno, depende del punto de vista, como dice mi abuelo.
–¡Ah!, ¿ya vieron a Mariana? Parece que le dan miedo la pelota y el gallito. Se agacha cuando viene la bola. Siempre pierde su equipo.
–¡Qué chistosa! La letra de Mariana es muy extraña, pero cuando copia de mi cuaderno le sale bien.
–En casa a Mariana le dicen que es tonta, que nunca presta atención –dice mi hermano.
–Cuiden a esa niña, siempre se está machucando –recomienda mi abuela.
–Esta niña vive raspada, se tropieza con todo –suspira mi mamá.
–Mariana nunca le atina a los cuadritos del avión –agrega mi hermana.
Mi papá no dice nada. Sólo se ríe un poco y menea la cabeza, divertido.
Para olvidarme de tanta gente toco el piano. Toco con gusto, toco con rabia, toco con indignación. Entonces, allá en la calle, el ruido del taller se detiene un momento; el mecánico para el torno; el merolico deja de gritar; los niños se callan; un radio de pilas se apaga. Todo se detiene. El mundo es mío, viajo en las notas musicales y cruzo el espacio.
La música sube por mis árboles manchados de verde y amarillo y le hace un anillo a mi enorme luna. Los faroles se encienden llenos de rayos de todos colores, se acercan a la pintura y suben y bajan por el pentagrama cintilando... hasta que siento a la maestra de piano severa a mi lado. (¿A qué hora llegó que no la vi?)
Mariana parece distraída, porque siempre está pensando en lo que lleva por dentro: sus dibujos, su música... Todos, a veces, somos como Mariana. Parece que no nos fijamos en lo que sucede, pero es que estamos pensando en otras cosas, ¿o no?
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María Leda, El mundo de Mariana. México, SEP-Le, 1999.



Un vuelo por la ciudad, lectura del rincon de lecturas de sallita para cuarto grado de primaria
6.  UN VUELO POR LA CIUDAD

Los seres humanos siempre quisieron volar. Y antes de que hubiera aviones, inventaron los globos (dibujo en el pizarrón). Al principio los llenaron de aire caliente y después de gases como el helio. El aire caliente y esos gases pesan menos que el aire normal, y por eso los globos subían –y suben, porque todavía se usan, en investigaciones y como deporte–. Éste es un viaje en globo.
–Esto es Chapultepec –dice mi abuelo–, viejo bosque de ahuehuetes milenarios que han sido testigos de la historia. ¡Mira, el castillo!
–El globo se dirige hacia la construcción. Observo los carruajes, las guardias de soldados, las terrazas y los amplios jardines.
–Oye abuelo, ¿Aquí siempre han vivido los presidentes?
–No, este castillo fue mandado construir por el virrey Matías de Gálvez. Años después fue el Colegio Militar, cuyos maestros y alumnos tuvieron un desempeño importante en 1847, durante la invasión norteamericana. Maximiliano suprimió el colegio y lo reconstruyó para adaptarlo como vivienda. Tu bisabuelo me contó como sufrió la ciudad durante la invasión norteamericana. Desde días antes de la llegada del ejército yanqui a la ciudad, todos los habitantes comenzaron a organizarse fortificando algunos puntos para afrontar al enemigo.
–¿Por dónde llegaron los gringos?
–Llegaron por el rumbo de Chalco y comenzaron a desplegarse por el sur hasta Padierna, en donde hubo un combate muy fuerte. De ahí avanzaron hasta Chapultepec, donde resistieron valientemente los alumnos del Colegio Militar. Con la toma de Chapultepec los invasores entraron a la ciudad, pero el pueblo comenzó a presentarles resistencia: casa por casa entraban los soldados norteamericanos, revisando las habitaciones y golpeando a la gente. Tu bisabuelo, como médico que era, estuvo atendiendo a muchos heridos, y por eso fue detenido varios días. Durante el tiempo que duró la invasión, todos los días aparecían en las calles, en las afueras de la ciudad y en las zanjas, cadáveres de soldados gringos que la gente asesinaba aprovechando la oscuridad.
–Abuelo, ahí está el acueducto. ¿Es el que llega hasta el Salto del Agua?
–Efectivamente; éste ha sido el principal surtidor de agua de la capital, al igual que el de San Cosme.
La guerra con los Estados Unidos fue un episodio triste de nuestra historia, que le costó a México la mitad de su territorio. Pero eso sucedió hace mucho tiempo. Nuestro país sigue siendo grande y nosotros debemos preocuparnos porque sea más fuerte, más rico, más justo. Y para lograrlo ustedes están estudiando.

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Regina Hernández Franyuti, Un vuelo por la ciudad. México, SEP, 1997.


Las tres palomitas, lectura del rincon de lecturas de sallita para cuarto grado de primaria
7.  LAS 3 PALOMITAS

–Abuelo, ¿cantamos?
El abuelo se animó y fue por su bajo quinto, lo afinó y empezó a cantar un corrido. Sabía muchos: de amores, de batallas, de bandidos generosos, y algunos que contaban la vida de gentes muy queridas o muy temidas en el pueblo.
Cantando todos, les llegó la noche, y cuando la luna hizo bailar las sombras de los árboles como si fueran chinelos sin colores, el niño más pequeño recargó la cabeza en las rodillas del abuelo y se quedó dormido. Él dejó a un lado su hermosa guitarra y cargó al niño:
–Vamos a dormir –dijo–. Mañana tenemos mucho quehacer...
Al día siguiente, desde antes de que saliera el sol, las señoras ya llenaban sus canastos de tortillas olorosas y guisaban el arroz y el mole en grandes cazuelas de barro. Para esa fiesta ahorraban durante muchos meses, y ese día el pueblo olía a ajonjolí, a canela, a chocolate y a ramas de pino.
En el jardín del pueblo empezaron a juntarse las bandas de música, las cuadrillas de danzantes, las niñas de las pastorelas; y cuando llegaron los coheteros, empezó el convite. Marchaban bailando por las calles, seguidos por los curiosos. Así, la columna fue creciendo, haciéndose más ancha y más larga, como un gran río. Los perros ladraban de puro gusto desde las puertas de las casas.
A las once de la noche se prendió el castillo y todos vieron encandilados cómo los rehiletes lanzaban chorros de luces y se convertían después en peces de colores que más arriba volvían a ser rehiletes. Una cascada de luz cayó desde lo alto y la torre del castillo se desprendió girando a enorme velocidad: subió tan alto, tan alto, que sus luces desparramadas se confundieron con las peregrinas estrellas de diciembre.

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Susana Mendoza, “Las tres palomitas” en La Vendedora de Nubes y otros Cuentos,
Andrea Gómez, ilus. México,
SEP-CONAFE, 2000.



Cien años de soledad, lectura del rincon de lecturas de sallita para cuarto grado de primaria
8.  100  AÑOS DE SOLEDAD

Estaban obstinados en que su padre los llevara a conocer la portentosa novedad de los sabios de Memphis, anunciada a la entrada de una tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:
–Es el diamante más grande del mundo.
–No –corrigió el gitano–. Es hielo.
José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó. “Cinco reales más para tocarlo”, dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio. Sin saber decir, pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo… Aureliano, en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la retiró en el acto. “Está hirviendo”, exclamó asustando. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó:
–Este es el gran invento de nuestro tiempo.

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Francisco Hinojosa (selección), “Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez” en Carrito de paletas. México, SEP, 1993.




Caramelos cuadrados que se vuelven redondos, lectura del rincon de lecturas de sallita para cuarto grado de primaria
9.  CARAMELOS CUADRADOS QUE SE VUELVEN REDONDOS

Todo el mundo se detuvo y se agolpó junto a la puerta. La mitad de la puerta estaba hecha de cristal. El abuelo Joe levantó al pequeño Charlie para que éste pudiera ver mejor. Charlie vio un larga mesa, y sobre la mesa, filas y filas de pequeños caramelos blancos de forma cuadrada. Los caramelos se asemejaban mucho a terrones de azúcar cuadrados, excepto que cada uno de ellos tenía una graciosa carita rosada pintada en uno de sus lados. En un extremo de la mesa, un grupo de oompa-loompas pintaba afanosamente nuevas caritas en más caramelos.
–¡Allí los tienen! –gritó el señor Wonka– ¡Caramelos cuadrados que se vuelven redondos!
–No veo cómo pueden volverse redondos si son cuadrados –dijo Mike Tevé.
–Son cuadrados –dijo Veruca Salt–. Son completamente cuadrados.
–Claro que son cuadrados –dijo el señor Wonka–. Yo nunca he dicho que no lo fueran.
–¡Usted dijo que se volvían redondos! –dijo Veruca Salt.
–Yo nunca dije eso –dijo el señor Wonka–. Dije que eran unos caramelos cuadrados que se volvían redondos.
–¡Pero no se vuelven redondos! –dijoVeruca Salt–. ¡Siguen siendo cuadrados!
–Se vuelven redondos –insistió el señor Wonka.
–¡Claro que no se vuelven redondos! –gritó Veruca Salt.
–Veruca, cariño –dijo la señora Salt–, no le hagas caso al señor Wonka. Te está mintiendo.
–Mi querida merluza –dijo el señor Wonka–, vaya a que le frían la cabeza.
–¡Cómo se atreve a hablarme así! –gritó la señora Salt.
–¡Oh, cállese! –dijo el señor Wonka–. ¡Y ahora miren esto! –sacó una llave de su bolsillo, abrió la puerta, la empujó... y de pronto, al ruido de la puerta que se abría, todas las filas y filas de pequeños caramelos cuadrados se volvieron rápidamente redondos para ver quién entraba. Las diminutas caritas se volvieron realmente hacia la puerta y miraron al seño Wonka.
–¡Allí los tienen! –gritó triunfalmente–. ¡Se han vuelto redondos! ¡No hay discusión alguna! ¡Son caramelos cuadrados que se vuelven redondos!
–¡Caramba, tiene razón! –dijo el abuelo Joe.

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Roald Dahl, “Caramelos cuadrados que se vuelven redondos” en Charlie y la fábrica de chocolate, Faith Jacques, ilus. México, SEP-Santillana, 2004.


Sola y Sincola, lectura del rincon de lecturas de sallita para cuarto grado de primaria
10.  SOLA Y SIN COLA

Durante la mañana, llené el depósito a uno, dos y tres coches, y le eché gasóleo a un camión.
Regresé a la tienda y, cuando me disponía a echarle un vistazo al periódico, escuché un ruido en las estanterías de regalos.
Me acerqué y me llevé una gran sorpresa: ¡allí estaba una de las niñas de la camioneta de antes!
Estaba mirando una mochila con sus ojos de oliva.
Salí pitando al exterior, pero no había ni rastro de la camioneta. Volví a entrar, y la niña continuaba sin quitar ojo a la mochila.
No sabía qué hacer y le pregunté su nombre, pero creo que no me entendió.
–Te llamaré Sola. Porque se han olvidado de ti y te han dejado más sola que la luna –dije bajito.
“A lo mejor podría tomar algunos minutos e ir con la niña tras la camioneta”, pensé después.
Pero yo también estaba solo en la gasolinera y no la podía abandonar.
–No te preocupes, Sola, tu familia se ha ido, pero pronto volverán a buscarte –le dije mientras acariciaba su pelo rizado.
Esta mañana llegó otro de tantos y, mientras yo llenaba el tanque, se bajó un conductor tripón y fue al baño.
Dentro del coche vi dos niños, la madre y la abuela: todos dormidos.
En cuanto se marcharon, sentí que un gato se arremolinaba en mis pies.
Entonces, lo entendí todo: el muy desalmado llevaba un gato escondido bajo la ropa y ¡acababa de abandonarlo en nuestra gasolinera!
De repente, un camión de los grandes pasó a toda velocidad, como un huracán.
El gato, asustado, salió. Inmediatamente se escuchó el claxon de un coche y un largo gemido. Luego vi a Sola, tapándose los ojos con las manos...
¿Qué pasaría? ¿Apachurraron al pobre gato, o nada más le arrancaron la cola?

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Patxi Zubizarreta, Sola y Sincola. México, SEP-Limusa, 2006.


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